domingo, 23 de diciembre de 2007

Felicitación navideña

Es cierto que la Navidad tiene algunas virtudes. Estoy absolutamente convencido del poder beneficioso que puede tener para algunas conciencias. De hecho, pienso que, si no existieran estas fechas, más de uno y más de una no volverían a sentarse a la misma mesa con sus familiares. Y, es más, algunos no volverían a comprar nunca un regalo. Sin embargo, al borde de la desesperación, del miedo a morir calcinados por el calentamiento global del planeta, muchos de los síntomas que la sociedad deja entrever se me antojan chocantes y claramente evitables. Que la sociedad occidental (la única que conozco en profundidad) está enferma es algo que pocos se atreven a discutir. Que sus síntomas van cambiando a lo largo del año como una suerte de astenias intraestacionales e interestacionales es algo que digo yo, porque así me lo parece y creo que no estoy diciendo ningún disparate. Hace escasas semanas (y ojo que digo semanas) un lúcido locutor de radio se atrevía a proclamar la inutilidad de los esfuerzos del ciudadano medio por ahorrar energía, cuando los ayuntamientos se empeñan en encender los alumbrados navideños cada vez antes. Lo terrible no es el hecho en sí mismo, es la complacencia que ante él mostramos. A la mayoría le parece que esto debe ser así, que las ciudades alumbradas están más bonitas, que no se puede renunciar a estas pequeñas cosas, que es una pena que las quiten casi a finales de enero. Pero lo cierto es que, si seguimos así, el periodo de alumbrado de las calles va a ser tan largo que, para hacer algo distinto en Navidad, vamos a tener que quitar las luces del 10 de diciembre al veinte de enero. Y no sólo de derroche energético se alimenta la enfermedad de nuestra sociedad. Además, asistimos con seriedad a las advertencias de los expertos en consumo que nos dicen que vigilemos la adecuación de los juguetes que regalamos a los niños, que se puede educar con regalos, que no caigamos en la trampa de comprar excesivamente en este periodo, que ahora todo está más caro, que algunos aprovechan para ejercer su oficio de estafadores y que nunca gastemos más de lo que podemos pagar… ¿Es necesario decir todo esto? ¿Es que queda alguien que no lo intuya? Lo triste, una vez más, es que si estas advertencias son necesarias es porque todavía queda gente que compra los juguetes en cualquier sitio con tal de ahorrarse un euro, que regala a los niños lo que piden (algo que siempre está mediatizado por la publicidad), que compra más de lo que necesita a precios excesivos, que se endeuda un poco más a golpe de tarjeta de crédito y que piensa que compra lo mejor y de la mejor calidad. En definitiva, pasen ustedes unas felices fiestas, no se peleen con sus familiares el único día del año en que comparten mesa y mantel, bébanse una copa de más aunque no demasiadas, entren de la mejor manera posible al año y reciban mi gratitud, estimados amigos, por visitar de cuando en cuando este espacio donde vierto mis pensamientos.

No hay comentarios: