jueves, 13 de noviembre de 2008

Idealismo

Muchos de los que estamos ahora entre los veintipocos y los treinta y algo hemos pasado a lo largo de nuestras vidas algún periodo de gran idealismo, con pensamientos recurrentes sobre la injusta distribución del mundo, un periodo en el que, a pesar de la reducción progresiva de la militancia en partidos políticos de corte progresista y ONG de todo tipo, nuestra manera de escuchar música y los gustos musicales se vieron profundamente afectados, en algunas ocasiones de forma temporal y en otras de forma permanente. Y así a unos les daba por Carlos Puebla, a otros por el rock nacional de corte más radical de grupos como Soziedad Alkohólika, otros se centraban en grupos como Sepultura al tiempo que recuperaban el heavy metal de los 80 de formaciones como Iron Maiden. La música que se asociaba a los que pretendíamos tener una conciencia social era muy amplia y diversa e incluso a algunos nos daba por todo al mismo tiempo y de ahí viene el variopinto enfoque cultural que tenemos. Solamente existía un límite: la mal usada etiqueta de la comercialidad. Pero en el cajón de sastre que eran nuestras colecciones de cintas de casette grabadas (a ser posible de noventa minutos y con un disco por cada cara), había también lugar para la expresión de sentimientos, para el lenguaje poético, y este era el lugar donde los Extremoduro ocupaban un papel predominante. Durante años y para un número importante de jóvenes de mi generación y otras aledañas, las canciones de Extremoduro eran como una confabulación con uno mismo o con los amigos más cercanos, sabíamos las letras de memoria o casi y eran el mejor sucedáneo cuando no teníamos disponible un libro. Muchos pensábamos que aquello era literatura además de música rock. Y fueron saliendo discos y más discos y aquella emoción, que había sido tan grande, se iba diluyendo, debilitando. Algunos pensábamos que Agila, siendo un gran disco, flojeaba y el experimento con Fito y Manolo Chinato no salió demasiado bien. Esta pérdida de interés se fue haciendo más grande y llegó hasta el punto de no interesarnos por escuchar discos como Canciones prohibidas.
Y, de repente, estamos en 2008 y Extremoduro ha editado un disco nuevo que se llama La ley innata y vuelve la curiosidad por escucharlo quizá por la cita de Cicerón en la portada, quizá por esa estructura tan característica de las piezas de música clásica en torno a la que se estructuran las canciones. Siendo honestos, este nuevo álbum de Robe y compañía es un gran trabajo y se vislumbra un esfuerzo sincero en pro de la calidad y de cierta innovación. En una de sus canciones Robe dice: “Sueño que empieza otra canción / vivo en el eco de su voz”. Sirvan estos dos versos para establecer una conexión entre los aficionados a Extremoduro que fuimos y los que ahora somos.

No hay comentarios: