jueves, 6 de noviembre de 2008

Pues no. No voy a hablar de la crisis económica, de la salud de los sistemas financieros o de la confianza, esa poción secreta que todo puede solucionar. Voy a hablaros de una novela, de una novela que se llama Romanticismo y que no es una fresquísima novedad. Editada en Alfaguara en 2001, la conocí por un articulo en la prensa del también novelista Luís Mateo Díez que, asumiendo la tendencia a exagerar del lenguaje y la perspectiva del periodismo actual, consiguió llamar mi atención lo suficiente como para llegar a comprarla y regalarla a un familiar. Para el familiar, mi elección no fue acertada y perdí de vista el libro por un tiempo, unos seis años, hasta que, en este verano de 2008, lo encontré en una estantería entre una serie de libros apartados del interés general. Y, precisamente, el mismo día en que había terminado de leer El tercer hombre. Sin pensarlo, empecé a leerlo y entonces se cerró el círculo y la compra de aquella novela adquirió plenamente su sentido. En un principio, Romanticismo nos ofrece una prosa que puede hacerse pesada, excesiva, pero con el tiempo y las páginas uno se da cuenta del secreto: una novela ambientada en octubre de 1975 en el barrio de Salamanca de Madrid, ese pequeño recinto cuya cultura ha sido una exaltación del lujo y una veneración por lo desmedido y lo desproporcionado, no puede expresarse con otro lenguaje. Es más, cuando uno conoce tan bien como Manuel Longares el entramado de confiterías, comandos tardofranquistas que defienden el régimen a base de palizas, señoras indolentes que viven de las rentas, contables de ideología socialista, escaparates, en definitiva, cuando uno conoce tan bien la evolución de la burguesía madrileña desde aquel terror a la pérdida de privilegios con la muerte del Caudillo hasta la llegada de la democracia, aquella prosa que, en las primeras páginas del libro, podría juzgarse como un lastre se convierte en un acierto, en un mérito del novelista, que consigue hacer entrar al lector interesado en el universo de la novela. Romanticismo es una buena novela y me atrevo a decir que es literatura, a diferencia de los objetos de marketing con seiscientas y pico de páginas avalados por premios literarios que son como los médicos de los anuncios de teletienda. Si algo puedo reprocharle a Manuel Longares, es más del ámbito de lo personal que de lo literario. En este sentido, me parece que, en el recorrido que la novela hace por el ocaso de la dictadura, la transición y la etapa democrática hasta el año 1996, su visión de la izquierda política resulta, a mi entender, muy estrecha. Por lo demás, me parece que se trata de una novela magnífica y que merece una mayor difusión de la que tiene.

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