jueves, 2 de diciembre de 2010

Oh, say can you see by the dawn's early light...

Hasta hace menos de una semana, todo aquel que se atreviese a comentar (aunque fuera en broma) que los Estados Unidos de América podían realizar funciones de espionaje, sabotaje, chantaje y encubrimiento a través de una larga tela de araña que se extiende a casi todos rincones de la tierra, corría, como poco, el riesgo de ser llamado demagogo. Y ésta era solo la consecuencia más leve. Lo normal era recibir por parte del interlocutor una sarta de descalificaciones intelectuales referidas a la salud mental decoradas con palabras como paranoico, delirante, conspiranoia, reveladoras de la impropiedad y la incorrección en el vocabulario de las que hacía gala el que hablaba. Los razonables y objetivos argumentadores que así actuaban estaban dispuestos a admitir a regañadientes la posibilidad de injerencia del amigo americano en repúblicas bananeras sin control, con algún recurso natural importante para la economía que se cuecen en Wall Street y, por supuesto, cuyo presidente fuera un dictador corrupto de una ideología ajena al tradicional bloque comunista, pero jamás en la civilizada Europa. Así de tranquilos vivíamos hasta el domingo, día en que se anunció la inminente publicación de documentos secretos generados en las embajadas y los consulados de los Estados Unidos en todo el mundo. A partir de ese momento, pudimos comprobar como, en un Estado de Derecho como es España, los diplomáticos americanos pueden influir sobre jueces y fiscales, presionar a ministros, boicotear investigaciones conducentes a aclarar crímenes de guerra y de lesa humanidad, frenar procedimientos judiciales en curso, cambiar el tono de los discursos del presidente del gobierno sobre la guerra de Iraq, realizar un seguimiento especial del trabajo de un juez considerado contrario a los intereses norteamericanos. Y todo ello con la normalidad de quien se pasea por su finca y organiza a su antojo su cortijo. ¿Cómo es posible? ¿No estaban algunas personas demasiado influido por películas como El buen pastor? ¿No necesitaban urgentemente una terapia farmacológica que les cambiara la ideología y ese sufrimiento permanente ante la percepción subjetiva de un mundo dominado por poderes ocultos que determinan el devenir de la historia? ¿Esto no era un Estado con garantías democráticas? ¿No era la democracia una capa de ozono suficiente para protegernos de los efectos perniciosos del gran sol yanqui y permite el paso únicamente a su beneficiosa luz? Para tranquilidad de las conciencias razonables y objetivas, nuestros leales servidores públicos se han apresurado a negar sin argumentos las afirmaciones de estos documentos. Algunos, haciendo uso de su derecho al silencio, se niegan a responder a preguntas sobre estas informaciones fantasiosas y malintencionadas. Aunque, claro, si todo es mentira, no se entiende la preocupación del Departamento de Estado norteamericano por la seguridad de muchos de sus conciudadanos que viven en suelo extranjero. Particularmente raro es que nuestro fiel aliado no haya desmentido esta ignominia. Afortunadamente, a mí no me sorprenden para nada este tipo de descubrimientos. Hace ya muchos años que no dudo: prefiero los días nublados.

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