jueves, 20 de enero de 2011

Mejor que prólogos, epílogos

Creo que sería una buena costumbre adoptar el criterio que usaron Andrés Sánchez Robayna y la editorial Galaxia Gutenberg en la confección del volumen En el cuerpo del mundo, que recoge la poesía completa del canario entre 1970 y 2002. Me refiero a la inclusión de un breve ensayo donde Sánchez Robayna traza las líneas maestras de una poética al final del libro, no al comienzo ni insertado en la sucesión cronológica de los textos que se publican como se hace en la mayoría de los casos. De esta manera, cuando se empieza a leer un libro de poemas con la furia inicial, se desembocaría de inmediato en los poemas, que son el mayor interés de un poeta. Con frecuencia, además, me sucede que esa furia se me agota pronto y empiezo a disfrutar los poemas con cierta prisa (esto es algo que ocurre sobre todo con las antologías y las obras completas), una prisa que viene originada por ese estúpido sentimiento de culpa que me asalta cada vez que miro la librería de mi casa, hago balance de la cantidad de libros que me siguen quedando por leer y pienso el tiempo que podría dedicarle a la lectura y se me escapa incomprensiblemente de las manos. Progresivamente y casi de manera inconsciente, mientras avanzo por las páginas empieza a instalarse en mí la tranquilidad razonable de la degustación de cada verso, ese éxtasis intelectual que no siempre se consigue y que nos acomoda la velocidad de lectura a ese ritmo irregular en el que está el verdadero goce de este arte. Cuando llego al último libro recogido o antologado en el volumen, siento una alegría contenida porque, casi siempre, mi despedida de los libros suele ser definitiva y pasan a una estado de reposo similar a la muerte, aunque siempre les dedico algún recuerdo cuando los descubro de nuevo en un estante. Empecé señalando la conveniencia de situar las reflexiones sobre poética al final de los libros y no quiero perderme en mi atípica bibliofilia. Después de haber leído los poemas, de haber pensado sobre ellos, de haber establecido libremente conexiones entre textos a mi antojo, enfrentarme a la poética es como recibir la solución a una parte del misterio al final de la historia. En cierto modo, ha sido como desentrañar el desenlace de un película, a partir de cuatrocientas páginas de indicios y veinte de instrucciones generales orientativas, un final que, evidentemente, ha de quedar abierto. ¿Acaso sería verdadera poesía aquella que ofreciera al lector todo su contenido sonoro y conceptual en forma cerrada y unívoca? En este punto, tiene ya poco sentido que describa los pilares que sustentan la poética de Sánchez Robayna, que era el motivo inicial con el que acometí estas líneas. Habrá que dejarlo para la semana que viene.

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