jueves, 5 de mayo de 2011

El tema de la semana

Supongo que es difícil sustraerse del tema más comentado de la semana, sobre todo, una vez se ha terminado la saga de enfrentamientos entre el Madrid y el Barcelona. Es el recurso perfecto para empezar a hablar con alguien, un remedio eficaz contra los silencios incómodos frente a gente que no se conoce lo suficiente o la baza perfecta para cambiar de tema porque se sabe que a nadie puede dejar indiferente la noticia que anuncia la muerte de quien había sido declarado enemigo público número uno por el imperio dominante. Por desgracia, creo que fui una de las pocas personas que escuché la noticia en la radio justo en el momento en que empezó a difundirse. Sí, por desgracia, ya que a esas horas de la madrugada, sin estar trabajando o de fiesta, con todo un día libre por delante, estar peleándose con la cama y el insomnio resulta particularmente fastidioso. Pero así fue. Al principio (no sé por qué), el anuncio del fallecimiento de Osama Bin Laden me causó cierta indiferencia. Supongo que, tras los atentados de las Torres Gemelas, yo era una de esas personas que pensaban que, tratándose de un trabajo en el que se emplearía a fondo la CIA con la desinteresada colaboración del Mossad y la conveniente actitud complaciente de la Unión Europea y el resto de la comunidad internacional, era cuestión de días que se capturara al cerebro de la matanza. Sin embargo, como ya es sabido, los días se fueron haciendo semanas, las semanas meses, los meses años y, así, llegamos a la madrugada del lunes 2 de mayo. Después de años, en los que el paradero del líder de Al Qaeda era un misterio indescifrable, se había confirmado al fin su emplazamiento y se había organizado una misión con tropas especiales para ir a por él. Con el paso de los días, la avalancha de noticias y la vocación ambigua y de medias tintas que muestran las declaraciones de los portavoces estadounidenses, se dibujan en el horizonte muchísimas dudas irresolubles y parece que estamos ante otra de esas muertes de una gran estrella del rock que siempre quedan envueltas en un halo de leyenda y misterio. La primera duda podría que plantearse es su veracidad. Aunque, después de todo, si como dicen algunos, todo es una gran falacia propagandística orquestada desde Washington, por qué no ha hecho ya Bin Laden uno de esos vídeos en los que se dedicaba a desmentir las afirmaciones de sus enemigos. Una cosa está clara: de haberse producido la muerte, estaríamos ante un asesinato. Podemos entrar a discutir si la pena de muerte o el acto de guerra se incluyen también dentro de la categoría asesinato (en mi opinión se incluyen). Pero, esto no ha sido un acto de guerra ni una ejecución amparada por una ley que apruebe la pena de muerte. Para que esto fuese un acto de guerra, se tiene que producir tras una declaración de la misma, en un campo de batalla, con los contendientes de ambos bandos armados y uniformados para tal fin. Es evidente que el asalto a una casa por parte de profesionales del mejor ejército del mundo no es, precisamente, un escenario bélico. Por otro lado, para condenar a alguien a pena de muerte hace falta su detención, su traslado a un país donde se garantice un juicio justo y esté vigente la pena de muerte y una sentencia judicial que avale la ejecución. Además, pensándolo bien, ¿no era Obama el candidato que repudiaba Guantánamo y los métodos de tortura? ¿Cómo se puede presentar un éxito de política antiterrorista reconociendo que el trato cruel e inhumano a los prisioneros de un conflicto armado ha dado por fin los frutos esperados? Más curioso resulta, si cabe, querer mostrar después del asesinato un lado humano y declarar que no se mostrarán imágenes del cadáver para evitar el enardecimiento de los seguidores del saudí, asegurar que se organizó un breve funeral musulmán para honrar el cuerpo y que fue arrojado al mar para evitar una sepultura que pudiera convertirse en lugar de peregrinaje para el fundamentalismo islámico, amén de que no se habría encontrado un país dispuesto a admitir que el cuerpo reposara en su territorio. Ante este nuevo panorama de interrogantes que nunca obtendrán repuesta, es tan legítimo creer la versión íntegra ofrecida por el gobierno de Estados Unidos como pensar que todo esto es un nuevo montaje de la inmensa cultura del espectáculo en la que vivimos inmersos. Algunos, incluso, se atreven a aventurar que todo este suceso no es más que un enjuague, entre ambas partes mediante el que los Estados Unidos podrían reafirmar su poder ante el mundo y, mientras tanto, Bin Laden podría seguir viviendo en el anonimato, con la tranquilidad de estar oficialmente muerto. Y es que después del escándalo de WikiLeaks, el terreno para las teorías de la conspiración está más abonado que nunca. Que nadie se sorprenda cuando empiecen a correr los rumores de personas que aseguran haber visto a Bin Laden vivo en algún destino exótico.

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