martes, 3 de mayo de 2011

Viaje a Extremadura. Primera etapa: Huelva - Jerez de los Caballeros, viernes 29 de abril.

Se me ha ocurrido hacer un breve diario del viaje a Extremadura en el puente del 1 de mayo para seguir dándole cierto dinamismo al blog y, de paso, obligarme a escribir un poco más. Intentaré quedarme a medio camino entre el minuciosidad y la enumeración y trataré de primar la mera secuencia narrativa antes que la disgresión. En cualquier caso, no pretendo hacer un relato esmerado de estos días y ahorro todo tipo de esfuerzo mental en favor del mero placer de dejarse llevar recordando y deslizando el bolígrafo por el cuaderno alegremente.

Esta primera etapa del viaje, desde luego, no ha salido como la había imaginado. Mi idea era dejar el equipaje preparado y llevarme el coche al colegio para no tener que volver a Huelva a las 14:00, una vez que hubiera sonado el liberador timbre que anuncia el final de la jornada laboral de los viernes. Y así lo hice. Lo que no supe fue planificar el tiempo que iba a necesitar para sacar dinero antes de arrancar camino al trabajo. Las habituales prisas de las mañanas laborables me hicieron consciente de que tendría que volver a Huelva, pues ya sabéis: Poderoso caballero... Afortunadamente, la mañana quiso pasar sin detenerse demasiado en cada detalle y salí con toda la prisa que pude hacia mi coche para intentar no retrasar demasiado la partida.

Cuando me monté en el coche tuve doble ración de acontecimientos inesperados. Primero me di cuenta de que había olvidado en casa una carpetita en la que tenía gran parte de la documentación del coche. Esto me obligaba a subir al piso además de tener que pasar por el banco. A continuación, en uno de mis sensacionales despistes, le hice un nuevo roce a la chapa al salir del aparcamiento. Me queda al menos el consuelo de que, al vivir en Huelva y ser el coche azul, los arañazos blancos parecen un guiño a nuestro amado Recreativo (modo irónico on).

Paso por mi casa, recojo los papeles, camino hasta la sucursal de mi banco más cercana y me encuentro con que el cajero automático no está operativo. ¡Qué bien! Me fijo en la lista de cajeros alternativos que amablemente se me ofrecen y me llama la atención uno en el Barrio de La Orden. Me decidí por éste ateniéndome a dos razones. La primera (práctica) es lo cerca que está La Orden de la salida hacia Sevilla. La segunda es sentimental: yo viví en ese barrio hasta los 14 años. Pues bien, según parece, no se pueden tomar las decisiones con un criterio práctico ni con uno sentimental. El hecho es que estuve en la calle, en el número indicado y no vi ninguna sucursal de mi banco a mi alrededor. Otra vuelta de tuerca. Otra vez al coche, dirección calle Ángel Serradilla y, una vez allí, por fin, consigo sacar dinero y dar por comenzado el viaje.

Sobre las 15:35, llego a Beas y, como tenía previsto, paro a comer en el Mesón del Olivo mientras me empapo de la que parece ser la única noticia del día, el celebérrimo bodorrio inglés. No os aburro con el menú porque, en el fondo, aunque satisfactorio, no es que fuera una experiencia gastronómica inolvidable. Retomo camino a las 16:10. La banda sonora Tabletom. Mientras dura el disco y puedo cantar las canciones, aguanto el cansancio postalmuerzo sin dificultades. Pero el disco se acaba, comienzan a sonar los Tango Crash y un peligroso sueño empieza a adueñarse de mi conciencia. Honestamente, he pasado un mal rato y he tenido mucha suerte. Sabía que tenía que parar, que no tenía el control total del coche, pero estaba tan lento de reflejos que reaccionaba demasiado tarde. La primera venta se me ha pasado, la segunda por suerte no. Así que detengo el coche junto a la Venta Domínguez debajo de unas encinas e improviso una siesta de 25 minutos que me ha venido muy bien.

A las 17:25 salgo del coche, entro en la venta, me tomo el tercer café del día y me lavo la cara. Estos antídotos contra el sueño explican la energía con que conduzco hasta el primer punto de destino del viaje: Jerez de los Caballeros. Siempre que voy acercándome a este pueblo al que no me canso de venir, me acuerdo de la gente con la que me apetece estar. Y me dejo llevar por la vaga ensoñación de parar el coche en el mirador que hay antes de la tercera entrada al pueblo (la que tengo que tomar para entrar directamente a la zona donde viven mis familiares) para mostrar a alguien que, hipotéticamente, me acompañase y no conociera el pueblo la magnífica panorámica de las cuatro torres.

Luna, ya sin euforia

Al llegar, al siempre magnífico recibimiento que me dan Manolo y Susana, y a la euforia sincera de Luna, se han unido esta vez los bizcochos de chocolate de la Panadería Tahona de Alconchel. Sé que esto suena mal. Pero el mejor bizcocho que yo he probado no me lo ha hecho mi madre, mi tía o mi abuela. Ni siquiera es casero. Para mí, los mejores bizcochos son los de esta panadería y prefiero tenerlos lo más lejos posible para no sucumbir en la tentación de acabar con una caja entera.

Los bizcochos de Alconchel

Cuando parecía que el resto del plan estaba totalmente confirmado, se produce otro cambio repentino. Un perro callejero que cuidaban entre varios vecinos de la calle San Antón “bajo el liderazgo” de mi prima mientras se le encontraba un adoptante, se lo había llevado la perrera porque algún infeliz aburrido había avisado a la Policía Local. Ya es casualidad. Precisamente, al día siguiente, íbamos a llevar al perro a su nuevo hogar en Brovales antes de tomar rumbo hacia Cáceres. Aunque el plan inicial era levantarse temprano para aprovechar la mañana, la nueva situación obligaba moralmente a recoger al perro en la perrera de Olivenza al día siguiente y, teniendo en cuenta que Olivenza está a 40 minutos y que no dejaría salir al perro de la cárcel hasta las 11:30 (hora en que pasaba la veterinaria), había que adaptarse a las nuevas circunstancias y, ya que estamos, salir.



Lugar de interés turístico nacional

Así que fui con Manolo a un lugar que me encanta: Tasca El Manco El Currilitro. De dónde viene la mención al manco, es algo que no puedo contar porque lo desconozco. En cuanto a lo de Currilitro, el tabernero se llama Curro y, en el bar, lo que se sirven básicamente son litronas. No hay tirador de cerveza. Solo botellines y botellas de litro. El precio del litro puede parecer, en principio, excesivo: 2,50 €. Pero hay que pensar en tercios y, haciendo la cuenta, el tercio sale a 83,33 céntimos. Barato ¿no? Además, Curro tiene la cortesía de invitar a un par de tapas pequeñitas a sus clientes para acompañar la cerveza (que, por cierto, está a una temperatura excelente, unos grados por encima de la congelación). Las tapas varían en función de la hora, el día y la suerte que tengas: queso portugués, patatas con salsa de ajo, riñones al jerez o unas aceitunas machacadas (que no son precisamente de las rellenas de anchoa del súper). Si uno tiene hambre y no se conforma con estos pequeños aperitivos, siempre puede pedir chacina al plato: una ración de chorizo o salchichón ibéricos tan abundante que es difícil de terminar y que cuesta 2,75 €. Supongo que ahora se entiende por qué adoro este sitio.

Litrona en el Currilitro con su correspondiente tapa de queso

Después, cena en Heri (en la actualidad Bar La Callejita) previo paso por la casa para recoger a Susana. En Jerez, hay varios locales de hostelería con un encanto y una belleza que justifican por sí solos su elección para comer. Desgraciadamente, cerró La Ermita que, como su nombre indica, estaba situado en el edificio de una antigua ermita. Heri (nombre que se da al local en todo el pueblo por su dueño) está situado también en un edificio muy antiguo que, probablemente, hizo función de bodega pues, de hecho, se conservan unos toneles de entonces que son lo más interesante del lugar. La comida es buena y el servicio rápido. Secreto ibérico, queso de oveja y un par de botellas de Monasterio de Tentudía fue nuestra elección. Lo único que eché de menos fue una visita a Los Comunistas (otra tasca).

Secreto ibérico en Heri

A partir de este punto, un par de copas en La Fama y en La Taberna y la fundada sospecha de resaca al día siguiente. Varias horas nadando entre conversaciones con gente a la que no sé si conozco demasiado a pesar de verla tan poco o es casi desconocida a pesar de la regularidad con la que suelo venir. Llegamos a la casa tarde y con hambre. Me quedo dormido en el sofá mientras Manolo prepara en el microondas unas salchichas que no llegué a probar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Unnnnnnnnn, suena bien. jajajjajajaja

Sr. Lenguado dijo...

Viajes y gastronomía: maridaje perfecto.