Hace
par de semanas estuve en casa de uno de mis primos, la conversación
empezó a alargarse y a mezclarse con una copa de vino y no tuve más
remedio que aceptar encantado la invitación a cenar. Después de
pasar por las habituales paradas de la música, el trabajo y los
amigos, y muy influidos ya por la cercanía de las Navidades,
empezamos a recordar aquellas mañanas de Reyes en las que uno se
levantaba inquieto, hiperactivo, olvidando lo mucho que le había
costado dormirse, y corría hacia el salón donde esperaban varios
paquetes envueltos en papel de regalo. Luego tocaba la ronda de
visitas a casas de familiares y la visita a casa de mi primo, donde
siempre encontraba dos paquetes, uno con alguno de esos juegos de
mesa que siempre estaba pidiendo y otro (previsible ahora con el paso
de los años, pero que no levantaba ninguna sospecha en mi mente
infantil) que escondía de forma invariable un volumen de Superhumor,
esa maravillosa colección de Ediciones B con tapas duras y páginas
de guía de teléfono, en la que se recopilaban las historietas de
algunos de los mejores personajes del cómic español: Mortadelo y
Filemón, Pepe Gotera y Otilio, el Botones Sacarino, Rompetechos...
Mi tío Juan siempre ha sido un gran aficionado y coleccionista de
este producto cultural español y, en su afán por compartir con sus
hijos y sobrinos su pasión, acabó por hacernos el más grande de
los favores, acabó por acostumbrarnos a la lectura. Toda actividad
que requiera una dosis de esfuerzo solo puede convertirse en
satisfactoria a través del cultivo de un hábito, de una rutina si
se prefiere, algo que para cualquiera que haya vivido un es evidente
y que los psicólogos y educadores no se cansan jamás de repetir.
¿De dónde puede haber venido mi paciencia para sentarme y dedicar
tiempos indefinidos a la lectura sino de aquellas primeras
experiencias en las que Mortadelo era capaz de empeorar cualquier
problema recurriendo a uno de sus disfraces o Sporty se quedaba sin
ganar una carrera por no haber leído con detenimiento una palabra
con tilde? Es posible que mi primer encuentro placentero con la
poesía viniera de la mano del torpe Alfalfo Romeo, cuyas aventuras
se contaban en verso y con rimas ripiosas ante las que no se podía
evitar una sonrisa. En la última viñeta de todas sus historietas,
mientras nuestro antihéroe huía de una un perseguidor lleno de ira,
siempre se podía leer esta cuarteta:
¡Mal lo tiene nuestro amigo
para estar junto a Julieta!
¡Seguro que lo consigo
en la próxima historieta!
Al día siguiente, mientras revisaba los textos que habían escrito
mis alumnos y alumnas para el certamen de relatos navideños
organizado en el colegio, me sorprendí por la abusiva presencia de
personajes infantiles que pedían en sus Cartas de Reyes una
Blackberry, un teléfono táctil, una tableta o, en el mejor de los
casos, una consola de videojuegos, personajes que no erán más que
un trasunto de sus propias personalidades y sus deseos, enfrentados a
los de unos padres que acaban por transigir a sus deseos. Pensé
entonces en la necesidad de aprovechar la costumbre de hacer regalos
en estas fiestas para regalar lectura, algo que es beneficioso a
cualquier edad pero, sobre todo, en la infancia. No hace falta que yo
diga que los hábitos son más sencillos de establecer a edades
tempranas, ya que el tiempo, el envejecimiento, suele volver a la
persona más inflexible y a sus recursos intelectuales más
estáticos. Evidentemente nada garantiza que una persona leída,
culta, sea mejor que otra no instruida, pero sí es cierto lo que nos
señala Bertrand Russel a propósito del mal llamado conocimiento
inútil: “El bravucón del colegio rara vez es un muchacho cuyo
aprovechamiento en los estudios está por encima del promedio. Cuando
se produce un linchamiento, los cabecillas son casi invariablemente
hombres muy ignorantes. Esto no es así porque el cultivo de la mente
produzca sentimientos humanitarios positivos, aunque puede hacerlo;
es más bien porque proporciona otros intereses que el maltrato a los
vecinos y otras fuentes de respeto a la propia personalidad que la
afirmación del dominio (…) La cultura proporciona al hombre formas
de poder menos dañinas y medios más dignos para hacerse admirar.”
Por otro lado, es también cierto que crecer rodeado de libros no
garantiza un amor desmedido por la lectura. Nadie podrá negarme, sin
embargo, que una infancia sin libros tendrá una menor probabilidad
de acabar en pasión por la lectura. Estamos siempre, en todo
momento, construyendo el futuro con nuestras acciones y omisiones.
Aprovechemos estas fiestas para intentar aportar algo a la
construcción de un a sociedad mejor regalando lectura a niños y
niñas. Esperemos que 2012 sea, al fin, un año con algo de luz.
2 comentarios:
Pese a que no suela hacer comentarios por lo horrible del "captcha" que me arrulla en mi pereza.
Dire que cuanta razon tiene el Sr.Lenguado en estas lineas, que habria sido de mi sin los "Animorph" aquella sag inftil que me descubrio mi gusto(a veces tildado de obsesion) por la lectura, que de aventuras y experiencias me habria perdido en esta vida sin un libro.
Y parafraseando(rozando la pedanteria) a Carlos Ruiz Zafon en la sombra del viento:"Todos recordamos el primer libro que se abre camino hasta nuestra alma".
Y esque mi vida sin la lectura de buenos malos y mejores libros e historia no seria la que es hoy.
Ya estaba empezando a pensar que se estaba perdiendo la buena costumbre de comentar en los blogs. Gracias por su comentario, señor Rivas. Lo cierto es que, algunas veces, aquellos que nos regalaron en la infancia determinadas cosas nuncan llegaron a imaginar hasta qué punto iban a determinar nuestra personalidad. No me pongo profundo, pero ¿qué sería de este Lenguado parlante sin su imaginario tempranamente amueblado por el gran Ibáñez?
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