miércoles, 30 de mayo de 2012

Lo mejor de cada casa


Se me abre una ventana de conversación del chat de Facebook. Es Jesús que, después de saludarme, me pide que me “pase” por su blog, que le eche un vistazo a la última entrada que ha publicado por si hubiera algo que corregir. Me adentro en su carácter fuerte y atrevido y encuentro una libertad excesiva en la construcción de las frases, echo de menos una revisión ortográfica que elimine las malas pasadas que juegan la prisa y la desidia que nos deja lo ya escrito. A ratos la concordancia, a ratos la puntuación... Recibo un correo electrónico de Rocío con un poemario recién terminado. Me pide que vuelva a leer los poemas con la óptica del orden y la división en partes. Me pide correcciones que no se me ocurrieran en las lecturas previas. Me deslizo entre la frescura y el talento de sus versos, leo con la velocidad desacostumbrada de las relecturas y encuentro que algo falla en la sección del discurso en versos, no atino en mi lectura privada a desvelar el ritmo que ella pone en su lectura pública. Entonces, mi cabeza se puebla de moldes rítmicos y ya solo veo acentos, hemistiquios, silencios eludidos, pausas forzadas... Sergio termina un poema en cualquier sitio. Me pide que lo escuche, que le dé mi punto de vista, me pregunta si me gusta. Siento la presencia de una música lejana en esas palabras, hay un ritmo claro que quiere remarcarse con demasiada claridad en una rima sin seguir un patrón concreto. El vocabulario es extraño, hay palabras que, en sí mismas, pueden levantar prejuicios, que inducen a pensar justo lo que Sergio no es... Rodrigo vuelve a la tertulia después de un año. Siempre me pareció que tenía talento para la narrativa. Trae un comienzo, lo que podría ser una introducción y la presentación del siguiente capítulo. Capto con facilidad el ambiente, el tono es lo suficientemente subjetivo, las palabras se van desovillando con paciencia, pero se alarga demasiado, encuentro detalles que no son necesarios para comprender la historia que se intenta contar y hay repeticiones, más bien, reformulaciones, porque no se me escapa que la repetición es un recurso literario muy bueno y que yo nunca he sabido usar. La reformulación, en cambio, en narrativa, es peligrosa. En el mejor de los casos, el potencial lector se aburre. En el peor, se puede correr el riesgo de que el lector piense que se le toma por tonto. Como puede adivinarse, si despliego todo este artificio mental es porque, horas antes, me había llamado para decirme que llevaba un texto a la tertulia, que le gustaría que me lo llevara, que le interesaba mi opinión... Es sábado, media tarde, suena el teléfono, señor Rivas. Javi me pregunta si hago algo, si tomamos un café y una hora después aparece por casa. Hacemos un repaso rápido que justifique las dos semanas que hace que no nos vemos y me dice que, si no me importa, eche un vistazo a su blog, que ha colgado cuatro poemas nuevos. Siempre es una satisfacción leer a quien acaba de empezar a versificar. Me dejo llevar por su libertad de no haber explotado aún ningún ámbito poético. Se muestra habilidoso en las alusiones, hay una emoción sujeta justo al borde del abismo, hay equilibrio. Supongo que es normal la tendencia excesiva a la universalización de quien empieza. En cierto modo, no es más que otra manifestación de la prisa por querer decir una verdad única e innegable en un solo impulso. El vocabulario es muy genérico, elevado, pertenece a la esfera del concepto. Intento decirle que percibo el tono de los poemas “muy arriba”; no me entiende, estoy un poco espeso. Por otro lado, encuentro rimas no buscadas, encuentro aspectos demasiado implícitos que restan posibilidades al poema, creo que hay varios poemas en cada uno de los textos que leo y, esta vez, me entiende perfectamente.
Me encanta corregir los textos de mis amigos. Me halaga la confianza que tienen en mi criterio, una confianza que a mí me parece excesiva y que no entiendo cómo ha podido generarse. A veces, es cierto, siento desgana y pienso que, entre mis alumnos y los textos que recibo, me paso la vida trabajando. La mayor parte del tiempo es una inmensa satisfacción. No obstante, con frecuencia, me recorren la cabeza ciertas ideas que no me gustan y de las que no puedo desligarme con facilidad. Constantemente, me siento como un censor, como un moralista, como una especie de guardián de un dogma. Y lo que más me preocupa de todo esto es la sensación de no poder ayudarles de otra forma que no sea explicándoles cuál sería mi forma de abordar las situaciones y problemas que a ellos se les plantean al escribir. A veces, me quedo con la sospecha de haber influido demasiado en la construcción de determinados textos. Yo, que no soy más que un modesto aficionado, de una ciudad pequeña.

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