viernes, 8 de marzo de 2013

Los cantos de la Gehenna

Fue un martes, 7 de diciembre de 2010. Caminaba en ese estado de semiensoñación melancólica que producen las calles del casco viejo de Santiago de Compostela y empezó a llover. Después de cuatro días esperando una lluvia que se supone omnipresente por aquellas tierras, el aguacero, al fin, se hizo cuerpo y tuve que refugiarme en la primera tienda que llamó mi atención. En el escaparate, se insinuaba una colección de cerámica con un diseño atrevido, poco convencional, un alarde de colores. Entré y no tardé demasiado en aburrirme de la cerámica, pero al fondo de la tienda encontré algo que no esperaba: una estantería repleta de libros entre los que estaban toda la colección completa de poesía de Edicios de Castro, una editorial que pertenece a la empresa que elabora las piezas de cerámica y que se hace conocer como Sargadelos. Según su página web, desde 1963 (año en que fue fundada la rama editorial) hasta 2008, fueron publicados 1300 libros correspondientes a más de 700 autores y que abarcan campos tan dispares como el ensayo, narrativa, filología, economía, teatro, etnografía, arte, historia... En aquel momento, frente a aquella estantería, yo solo me fijaba en los títulos de poesía y así fue como acabé por decidirme por Los cantos de la Gehenna de un tal Gaspar Salgado, a quien no conocía en aquel preciso instante y de quien, actualmente, solo puedo decir que he leído uno de sus libros con un gran placer estético e intelectual. Ya en el breve prólogo de Darío Villanueva, se nos anuncia claramente lo que vamos a encontrar: un conjunto de ocho poemas de temática amorosa, en el que se identifica el territorio maldito de la Gehenna con el amor atormentado por un final o una falta de correspondencia. Gaspar Salgado despliega una lírica que se extiende con facilidad trenzando moldes métricos tradicionales en la construcción largos versos, cuyo ritmo llega se desencadena con facilidad en lectura pública o privada. Por otro lado, no renuncia a una clara vocación vanguardista y nos encontramos con un uso casi abusivo de la repetición que perfila el ambiente dibujado en cada poema. Así, por ejemplo, en el primero de los poemas el decasílabo “repetida palabra de dios” aparece ocho veces de forma consecutiva, las últimas seis formado dos versos con tres repeticiones de la secuencia en cada uno sin espacio entre palabras. La distribución del texto en la página huye del formalismo de la alineación en el margen izquierdo y los versos parecen, con frecuencia, dibujar escaleras e, incluso más allá, el uso gráfico de la ubicación de las caracteres tipográficos de una misma palabra como recurso expresivo potencia su intención de significado, como en el caso del Canto V, donde el vocablo agua se ha escrito con una dimensión vertical que nos recuerda su carácter inapresable o, más claramente, en el canto VII, en el que ocupa casi la totalidad de una página una especie de cascada zigzagueante de letras en las que puede leerse “toda la canción se está derramando entre estas manos”. El vocabulario es, también, destacable por su capacidad para romper el código habitual de este tipo de lírica sin desvanecer su ambiente. Así, encontramos expresiones como “repetida palabra de cualquier matarife” en el Canto I, “pero habrás de avanzar entre suicidios” en el Canto II o “este desesperado amor metástasis” en el Canto IV. En definitiva, Gaspar Salgado es uno de los muchos buenos poetas repartidos por el territorio español, en el que su dominio del oficio y su talento no acompañan a sus oportunidades de éxito y distribución. Un historia repetida que tengo la suerte de volver a contar por el curioso azar de haber entrado en una tienda de cerámicas aquella tarde inhóspita de diciembre de 2010. Y está claro, como siempre, que es inútil tratar de convencer con retórica sobre la bondad de un hacedor de versos cuando puede recurrirse a unos poemas que se defienden por sí mismos. Por ello, termino como termina el libro con su “Canto final”, que es el más breve:



y de nuevo soñarte coronada de odio

como con la señal de quien se sabe amada

por última vez

olvidemos

                    olvidemos sin miedo

tantísimas batallas de ternura

es tiempo de que sepas

que es luzbel quien te ama

emboscado en mis brazos

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