Al mirar la galería de
distinguidos con el Premio Cervantes, experimento una sensación
extraña. Supongo que es la misma sensación cuando repaso los
galardonados de cualquier premio literario de gran trascendencia,
porque recuerdo haber escrito algo muy parecido cuando cuando estuve
examinando la lista de los que han recibido el Nobel. Así, a
primera vista, lo de siempre. Por un lado, la reconfortante alegría
de reconocer en la lista a esos genios de la lengua española cuyo
reconocimiento nunca es suficiente, así como la presencia de otros
que no siempre recibieron la suficiente atención académica, salvo
quizá cuando ya estaban muy cerca de la muerte e, incluso, algunos,
una vez muertos. En este sentido, es una tranquilidad encontrar en la
lista de galardonados a Borges, Onetti, Francisco Ayala, Rafael
Alberti, Nicanor Parra, José Hierro... Sin embargo, está también
la otra cara de los premios. El pensamiento que surge cuando se leen
con cierta sorpresa determinados nombres. Lo cierto es que, por
absoluto desconocimiento o por insuficiente número de libros leídos,
no puedo valorar la obra de Sergio Pitol, Ana María Matute, Torrente
Ballester, Guillermo Cabrera Infante, José Jiménez Lozano, Carlos
Fuentes... Sí puedo, en cambio, valorar, en cierta medida, la obra de
Miguel Delibes, uno de los novelistas españoles a quien más he
leído y por el que siento cierta predilección unida a una educación
sentimental y a una total falta de objetividad. A pesar de ello, ante
estos nombres, no puedo evitar hacerme una pregunta. No dudo en
absoluto de la calidad y el talento de estos escritores, pero estamos
hablando del galardón más importante en lengua castellana. ¿No es
un poco desmesurado afirmar que todos estos nombres han contribuido
con su obra de forma decisiva al patrimonio cultural hispánico? La
verdad es que, incluso en el caso de mi admirado Delibes, no sabría
que responder, indecisión que viene motivada (supongo que ya se
intuye) por la inmensa cantidad de ausencias imperdonables en esta
lista. No voy a entrar en nombres porque siempre cito los mismos.
Pero es cierto que hay escritores, cuyo talento no ha podido superar
la sensación de incomodidad que provocaron durante sus vidas a los
sistemas académicos, culturales e institucionales. De la misma
manera, hay escritores que han sido injustamente olvidados antes
incluso de haber muerto, con obras cuyos títulos son vergonzosamente
desconocidos para el público en general. Algunos con un solo poema,
con un solo cuento, han contribuido de mayor manera a enriquecer la
literatura hispánica que otros con más de treinta libros. Tengo que
decir, en cambio, que no puedo reprochar al Cervantes una escasez de
poetas en la nómina de premiados y un muy buen criterio, en general
para elegirlos. Teniendo todos estos datos en cuenta, supongo que el
fallo de la última convocatoria es una muy buena noticia. No es,
precisamente, José Manuel Caballero Bonald, un autor a quien haya
leído demasiado. De hecho, lo único que he leído han sido algunos
poemas sueltos por pura curiosidad literaria durante algunos años
que se ha agudizado estos días desde que está en todas las
primeras, por decirlo en argot periodístico. Ésta es la única
experiencia que tengo con el gaditano, además de una curiosa
anécdota en la Feria del Libro de Sevilla, en la que, por mi culpa,
aquel hombre pudo haberse roto el brazo derecho. Me parece una buena
noticia porque todos los poemas que he leído me han resultado de una
calidad notable y de un planteamiento serio. Me parece una buena
noticia porque se está premiando a un poeta andaluz y, sinceramente,
creo que todo premio a un poeta andaluz es el premio a la larga
tradición, al largo idilio que mantiene nuestra tierra con el oficio
poético y, por tanto, un premio a Bécquer, a Machado, a Cernuda, a
Javier Egea, a Lorca... Por último, me parece también una buena
noticia porque no es, precisamente, Caballero Bonald un poeta cómodo
que se dedique a dar bálsamos al sistema en el que le ha tocado
vivir. Desde el discurso formal y estrictamente poético que
construye, hay una clara actitud de oposición y de resistencia. Por
ello, me resultó muy gracioso escuchar a don Felipe, durante la
entrega de premios, alabar a Caballero Bonald usando el término
infractor. Qué fina ironía la que conceden los múltiples sentidos
y contextos en los que se debate la vida de un idioma. ¿Estaría
haciendo una velada referencia a ciertos asuntos de su familia?
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