Me da igual que fuera
escrito en 1970, es decir, hace cuarenta y tres años. Me da igual
que muchas de las cifras macroeconómicas y los patrones de tendencia
geopolítica hayan cambiado, es decir, me da igual que Brasil sea una
de las economías que más ha crecido en el mundo en los últimos
años. Por encima de todo ello, está el libro y, por mucho que se me
quisiera discutir, Las venas abiertas de América Latina es un
ensayo magistral ejecutado por el sabio Eduardo Galeano y que, por
desgracia, jamás dejará de tener actualidad en este bondadoso
mundo en el que vivimos. Las venas son la demostración, en el
contexto concreto de América del Sur, de que la riqueza de un
territorio es directamente proporcional a la pobreza de sus
habitantes, así como de que el desarrollo de algunos es la causa que
provoca el subdesarrollo de otros. Por mucho que quiera maquillarse
la historia, por mucho que se manipule, no cabe otra conclusión que
admitir que tiene que haber muchos pobres para mantener los
privilegios de unos cuantos ricos y que, por tanto, no hay riqueza en
el mundo que no resulte, al menos, sospechosa. La historia de América
Latina es una historia del despojo. Primero los conquistadores
españoles y portugueses (quienes ya trabajaban casi sin saberlo para
los intereses de la burguesía británica y holandesa), después la
banca inglesa y, por último, las empresas multinacionales, aquellas
que Cortázar bautizaba, con gran acierto, como vampiros
multinacionales en las aventuras de Fantomas. Primero fue el oro, la
plata y todo el mineral que tuviera un mínimo de valor. Después,
fue el cáncer del monocultivo y la prohibición expresa de la
industrialización (no hay mejor manera de asegurar las ventas al
exterior que prohibiendo a tus compradores que ellos mismos
fabriquen). Por último, la usurpación de la industria nacional de
los países del Cono Sur, así como la usurpación del crédito
interno, además de la estafa de la deuda externa y del juego sucio
en el comercio internacional que se traduce en la manipulación de
los precios de los productos y los fletes de los barcos para el
transporte marítimo. La cosa es muy sencilla: lo que llamamos
inversión extranjera proviene, en su mayoría, de las fuentes de
crédito del propio país y, además, se aseguran las ganancias de la
benefactora empresa en cuestión, ya que los riesgos los asume
el Estado. No hace falta decir que esa inversión se transforma
automáticamente en deuda externa, que solo puede ser pagada con la
exportación de productos. Es curioso, a este respecto, que los
productos latinoamericanos bajen constantemente de precio y los
europeos y norteamericanos no dejen de subir, como no deja de subir
la deuda ante la imposibilidad de pagarla, por lo que se hace
necesario más crédito y más inversión extranjera. Seguro que no
está relacionado con quiénes toman las decisiones en los organismos
financieros internacionales ¿verdad? Nos explica Galeano que el
Fondo Monetario Internacional ofrece préstamos a cambio de medidas
concretas en la economía (eso que ahora llamamos austeridad). Las
medidas concretas no atienden las causas de los problemas, sino a sus
consecuencias. Por ello, la economía no hace más que empeorar su
situación y volver al préstamo, que le exigirá medidas aún más
concretas y drásticas. Y sigue subiendo la deuda (o el déficit como
lo llamamos ahora). ¿Nos suena esto de algo? Sin embargo, los
teóricos de la sacralización del pago de la deuda, los Estados
Unidos, jamás aplican este tipo de medidas en su país. De igual
forma que, siendo los mayores defensores del libre comercio, son los
más restrictivos y proteccionistas cuando se trata de equilibrar la
balanza entre la importación y la necesaria defensa de sus
productores nacionales. Por supuesto, no es necesario decir que toda
voz, todo ejemplo, que haya intentado alzarse contra estas tendencias
a lo largo de la Historia ha sido, literalmente, aniquilada. De
hecho, en las páginas de Las venas, se demuestra con datos
que la mayoría de Golpes de Estado que se han producido en
Latinoamérica, con el indiscutible apoyo de Estados Unidos o
Inglaterra, han venido después de decisiones tomadas por gobiernos
democráticos que lesionaban los intereses económicos de estos
países. Todo esto lo hace Galeano huyendo de un lenguaje hermético,
usando un tono de novela, como él mismo admite en el epílogo. Mucho
debiéramos agradecer estos intentos de hacernos conscientes de la
estructura política y económica que sostiene el engranaje del
neoliberalismo. Nadie mejor que él para explicarlo: “El
lenguaje hermético no es siempre el precio inevitable de la
profundidad. Puede esconder, simplemente, en algunos casos, una
incapacidad de comunicación elevada a la categoría de virtud
intelectual. Sospecho que el aburrimiento sirve así, a menudo, para
bendecir el orden establecido: confirma que el conocimiento es un
privilegio de las élites.”
2 comentarios:
Sí señor, no puedo estar más de acuerdo. Gran libro y gran trabajo de documentación.
Hay que tener mucho talento para hacer un trabajo como ese y explicarlo todo con esa facilidad y familiaridad. Gracias por tu comentario.
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