Casi con toda seguridad,
Grandes pechos amplias caderas es a la literatura china lo que
El tambor de hojalata fue a la literatura alemana. No es ésta
una conclusión excesivamente meritoria cuando se tiene en cuenta que
coinciden en ambas el niño de extraño desarrollo y con oposición
abierta a asumir los roles que implican el status adulto; un contexto
caracterizado por el horror cotidiano y que, durante el desarrollo
del relato, atraviesa conflictos bélicos y periodos de represión
que tienen su correspondencia en la Historia del siglo XX; la
evolución de los personajes y el entorno hacia un presente en el que
queda configurada una visión concreta del país; un acercamiento en
los métodos narrativos a lo que podríamos llamar realismo mágico
y, por tanto, a aquellos autores que fueron encuadrados en lo que se
llamó el Boom Latinoamericano; así como el hecho de haber recibido
ambos escritores, Günter Grass y Mo Yan, el Premio Nobel de
Literatura. No pretendo, sin embargo, que este comentario sea
interpretado como una crítica maliciosa. De hecho, Grandes pechos
amplias caderas es una mejores novelas que he leído últimamente
y me ha gustado mucho, a pesar de sus ochocientas treinta y seis
páginas, un buen puñado de las cuales prescindibles. No todo podía
ser perfecto y, en cierto modo, es comprensible que los escritores se
dejen guiar por sus vicios y se despachen a gusto. Sobre todo, cuando
tenemos en cuenta que, en lo que al sentir general se refiere, no se
suele considerar a un escritor como grande hasta que no escribe una
novela y, desde luego, una vez lo hace, no conseguirá mantener su
status mientras no escriba uno de esos tomos que se venden al peso y
que dan al lector medio la seguridad de estar leyendo algo
importante. Bromas aparte, me ha gustado tanto esta novela que, ya en
la página ochenta y siete, cuando termina el primer capítulo,
comprendí que no estaba perdiendo el tiempo y que tenía entre manos
uno de esos libros que son, cuando menos, recomendables. No es fácil
resumir o dar un esbozo de lo que la novela es en sí. No porque no
pueda escribir una serie de frases generales sino, más bien, porque
siento constantemente que me estoy olvidando de algo. Está claro que
se trata de la historia de una familia durante, prácticamente, todo
el siglo XX. Shangguan Lu, mujer de pies vendados y obligada a
casarse con un hombre estéril, tendrá ocho hijas y un único hijo
varón, el último. La historia de cada uno de ellos, de sus vidas,
amores, bodas, problemas, hijos, muertes, es lo que compone el
relato, a la vez que los diferentes escenarios donde se desarrolla
que, casi invariablemente, se centran en el pueblo de Gaomi del
Noreste. Dentro de este núcleo de personajes, hay dos que son
claramente protagonistas: por un lado, está la madre, sufridora,
trabajadora y gran heroína que hará posible, en la medida de lo que
sus fuerzas le permiten, la supervivencia de su descendencia; y, por
otro lado, está Shagguan Jintong, el único hijo varón, voz
narradora de la historia y poseedor de una característica que le
hace distinto, único: su incapacidad de alimentarse de otra cosa que
no sea la leche materna hasta bien entrada la adolescencia y la
juventud, y la consiguiente obsesión por los pechos femeninos que
desarrolla siendo solo un bebé y que conservará durante toda su
vida. Mientras la biografía de los personajes crece, se amplía, se
entrelaza, asistimos al vertiginoso viaje de la historia de China en
el siglo pasado. La caída de la Dinastía Quing, la república
dictatorial de Yuan Shikai, la guerra contra los japoneses, la
guerra civil, el nacimiento de la República Popular, la Revolución
Cultural y la transición que lleva hacia ese régimen económico al
que ha derivado China y que algunos llaman Capitalismo de Estado. De
hecho, la foto social que nos ofrece el libro en sus últimas páginas
no resulta tan ajena al modo de vida occidental que conocemos. Más
allá del trasfondo histórico y, sin menospreciar ninguna de las
formas en que se ramifica el entramado argumental de la obra, Grandes
pechos amplias caderas acaba definiéndose como la búsqueda de
la comprensión, el amparo y el respeto que necesita la conciencia
diferente e inadapatada y que, en una sociedad sin escrúpulos, solo
podrá encontrar en un semejante, es decir, en otro ser distinto y
que no forma parte de la masa poblacional homogeneizada. Al menos,
esa es la sensación que me deja el libro tras leer el desenlace
final, si es que se puede llamar así. En definitiva, si lo que se
espera de esta columna es una conclusión, después de haber leído
únicamente este libro, mi impresión es que el Premio Nobel de
Literatura 2012 está entregado a un narrador que lo merece. Si
cambio de opinión, prometo hacerlo saber.
No hay comentarios:
Publicar un comentario