lunes, 28 de enero de 2013

Honrarás a tu padre

Tengo el placer de dedicar esta columna a un tema que me apasiona, un tema que descubrí por el cine y al que sigo dedicando mis horas de séptimo vicio cada vez que tengo la ocasión, un tema que está infrarrepresentado en el panorama de la narrativa de calidad y, por supuesto, en el ámbito del ensayo: la mafia. Soy un entusiasta de las películas de mafiosos. No me duelen prendas en admitir que, para mí, no hay mejor película que El Padrino (la primera parte, evidentemente). Vibro con el código visual y verbal con que se construyen las historias. Me encantan los ajustes de cuentas, las deudas de juego, los camiones robados, las disidencias, las traiciones, los cambios de bando, el sometimiento, la fidelidad, la ostentación. Todo esto es, sin embargo, lo menos destacable de un magnífico libro que me acompañó durante gran parte del verano pasado: Honrarás a tu padre. Publicado originalmente en 1971, Honrarás a tu padre es un libro de no ficción que analiza desde dentro y con una exhaustividad que, a ratos asusta y extraña, el mundo del crimen organizado en el ámbito de las comunidades de italianos emigrados a Estados Unidos. Para que se me entienda, creo que la mejor comparación que puede hacerse es que estamos ante un A-sangre-fría sobre la Mafia. Su autor, el periodista italoamericano Guy Talese, siguiendo una cuidada estrategia de acercamiento elegante y respetuoso, logró intimar y forjar una amistad duradera con Bill Bonanno, hijo de Joseph Bonano, uno de los jefes más poderosos e influyentes que ejercía su autoridad en la ciudad de Nueva York. Como hijo de Joseph Bonanno, Bill estaba llamado a convertirse en su sucesor y ello marcó toda su vida. Desde su infancia y su adolescencia, cuando era mirado con curiosidad morbosa por sus compañeros de escuela, hasta su etapa adulta, en la que tanto la vida personal (matrimonio, crianza de los hijos) como su vida profesional (la incapacidad de encontrar un trabajo aceptable y abandonar la tendencia familiar, el constante peligro que le rodeaba por estar en el centro de una de las mayores guerras entre familias que se produjeron) estuvieron fuertemente afectadas y muy lejos de lo que podría considerarse una vida normal. Honrarás a tu padre es un análisis de la vida personal, de las frustraciones vitales, profesionales y familiares de quien podría haber sido uno de los más importantes personajes en la historia de la Mafia. El libro rompe la imagen de vida emocionante y llena de acción de aquellos que vivieron inmersos en semejante estilo de vida. Lejos de las persecuciones y las decisiones firmes, la vida de los mafiosos pasa por ser aburrida y solitaria con largos periodos de reclusión, escondidos de los peligros reales que les acechan y que no siempre vienen de los enemigos de otras familias, también de los agentes de la autoridad que, usando artimañas legales e ilegales trataban de frenar los negocios de estas organizaciones y, en ocasiones, también de usarlos como cortinas de humo para evitar que otros temas, como los fracasos en política exterior, centrasen los debates de la opinión pública. Honrarás a tu padre es un gran libro. Decisivo, fundamental para quien quiera acercarse a la realidad y a los hechos históricos que han dado tanto material para esas adorables ficciones de Hollywood que responden a nombres como Infiltrados o Uno de los nuestros. Y esto es así y puede apreciarse, incluso, a pesar de su traducción. No es que se trate de una de esas traducciones que destrozan un libro. Al contrario, está muy bien llevada y da una fluidez al texto que se agradece, probablemente, una fluidez que ya se encuentra en el texto original. Sin embargo, advierto a los posibles candidatos a lectores que se trata de una traducción latina donde se abusa del papá y el mamá, donde los coches son autos y los apartamentos no están amueblados sino amoblados. Entiendo que esta sensación de mínima molestia es la misma que siente un lector mexicano ante una traducción más españolista, por llamarla de alguna manera. Por eso, lo que yo defiendo es tanto su derecho a su estilo de traducción como el mío, y no entiendo cómo Alfaguara se conforma con distribuir una traducción como ésta entre los lectores españoles en los que no es raro cierto prejuicio ante este tipo de vocablos. Yo, de hecho, he de reconocer que hubiera disfrutado más leyendo “Bill apagó la radio y esperó en el coche” de lo que lo hice leyendo “Bill apagó la radio y esperó en el auto”.

miércoles, 23 de enero de 2013

Ahí y ahora

Ahí y ahora es el cuarto volumen en el que se recogen los relatos completos de Julio Cortázar en Alianza Editorial. Se trata o, al menos así nos lo lleva años vendiendo la editorial, de una reorganización de las narraciones breves por parte del autor que atiende a la afinidad temática, antes que al orden cronológico de escritura o, por decirlo más claramente, al libro o colección en el que aparecieron públicamente en su momento. Hay algo que está claro: si tenemos que creer que esto es cierto (y no solamente una obligación editorial impuesta al autor para poder revender en un formato nuevo una obra que ya estaba íntegra y coherentemente publicada), este cuarto volumen es el argumento más claro en favor de esta reordenación. Los anteriores (Ritos, Pasajes y Juegos) reunían un volumen abultado de cuentos que, sin duda, estaban entrelazados entre sí por criterios innegables, difícilmente expresables, pero innegables. ¿Acaso no es la producción de cuentos de Cortázar una obra perfectamente enlazada, un cuerpo de historias con una estilo único y claramente reconocible donde la calidad y la intensidad se mantienen a niveles muy altos? Sin embargo, sí es cierto que Ahí y ahora, el cuarto y último volumen, mantiene una unidad entre los cuentos incluidos que está clara: el centro de la acción narrativa está relacionado con la violencia, especialmente, con la violencia que nace a partir de la ideología y los intereses políticos y, también, con la espeluznante violencia ejercida por los Estados dominados por dictaduras militares, una violencia que tan bien conocieron todos los sudamericanos que vivieron en las décadas de los sesenta, los setenta y los ochenta. Sin renunciar al lado fantástico, al más crudo realismo, a la representación de la vida como un conjunto de casualidades que parecen nimias y aisladas entre sí pero acaban por conformar una fuerza irreprimible que marca los azarosos destinos individuales, estos relatos se detienen en la falta de libertad de expresión, en la tortura, las persecuciones políticas a manos de grupos paramilitares, la interminable caterva de burócratas que hacen de tapadera a las dictaduras, el sabotaje de gobiernos no afines a las líneas establecidas por la Agencia Central de Inteligencia, la clandestinidad, el terrorismo e, incluso, las posibles patologías psicológicas que podrían estar de base en las personalidades contaminadas por un modelo autoritario, ya ejerzan el rol de líderes o el de sometidos, el de esa amplia base social que mantiene con su ceguera política el poder de un gobierno que les oprime. Y todo esto, como siempre, salpicado por esas verdades pequeñitas, cotidianas, que nos lanza Cortázar como si no se diera cuenta de ello, como si no tuvieran importancia, como si uno no sintiese la necesidad de buscar un lápiz y subrayar ciertos pasajes como un febril estudiante que teme olvidar un concepto importatísimo en la víspera de ese examen que todo lo justifica. Por ejemplo, “siempre se fuma demasiado cuando se tiene que esperar” o, más abajo en la misma página, esa sentencia de un señor calvo que pisa un cigarrillo para apagarlo contra el suelo: “La vida es una sala de espera”. Terminé de leer Ahí y ahora como un neófito, como ese que también era hace catorce años y empezaba a leer Rayuela frotándose los ojos, sin tener demasiado claro cómo era posible escribir así, preguntándome de dónde nace ese talento, esa capacidad para mantener al lector atado a la página y y deslumbrarle con una última chispa que le obliga a sonreír, que le hace admitir que se está ante las enseñanzas de un maestro. Los relatos de Cortázar tienen siempre la capacidad de aparecer ante nuestros ojos como un producto fresco y novedoso. Por mucho que se conozca la historia o el desenlace, no existe el aburrimiento o la rutina cuando uno, como lector, se deja llevar por un tal Jiménez a un hotel de La Habana o se decide a hacer de acompañante de Estévez al combate entre Monzón y Nápoles. Quizá, éste sea el secreto de la gran literatura, su capacidad inagotable para sorprendernos y abstraernos en cualquier momento, como si, por la acción de una especie de brujería, las palabras en ese orden hubieran adquirido un poder ilimitado de embeleso. “Mejor pensarlo así como un conjuro”.