A medida que se acercaba
el momento en que se anunciaría el nombre del galardonado en 2013
con el Premio Cervantes, como pasa siempre, iba intensificándose el
fenómeno quinielas, ese discurso especulativo que hace las veces de
cotilleo y prensa rosa entre los aficionados al mundo de las letras y
que, casi invariablemente, amplifica nuestra sensación de sorpresa
cuando, por fin, se hace público el ganador. Este año sonaba
Ernesto Cardenal y le tocaba a un autor latinoamericano. No se
cumplió el pronóstico y, aunque no hagan falta motivos que
expliquen el hecho, lo cierto es que los hay. El jueves de esa misma
semana, escuché la sección de Jorge Barriuso en Hoy empieza
todo, que dedicó a la entrega del Cervantes, y me di cuenta de
lo ingenuos que podemos llegar a ser. Como bien resumía el lúcido
comentarista radiofónico cuando se refería a la posibilidad de que
el premio hubiera recaído en Ernesto Cardenal, es muy complicado que
le otorguen un premio oficial a una voz extremadamente incómoda,
incapaz de sumirse en un silencio reconfortante para el orden
establecido, siempre dispuesta a enfrentar la realidad social y
política ante el discurso dominante. Porque, en el fondo, eso es lo
que provoca Ernesto Cardenal entre los guardianes de la estructura y
la jerarquía, una gran sensación de incomodidad e inquietud. Por
eso, se hicieron tan famosas aquellas imágenes en las que Karol
Wojtyla regañaba públicamente al poeta inmediatamente después de
bajar de un avión. Desde una óptica europea y laica, es difícil
comprender por qué este hombre siente la necesidad de ser sacerdote,
de pertenecer a una institución que perpetúa las relaciones de
desigualdad contra las que él viene luchando desde hace tanto, que
se ha mostrado tan firme en la represión del pensamiento y la
ideología de la que el propio Cardenal es partícipe. Supongo que,
desde su óptica suramericana empapada de una realidad social y
cultural muy diferente a la nuestra, es fácil encontrar en los
Evangelios el mensaje liberado y de revolución social que le
mantiene erguido en su camino. Tuve la ocasión de ver de cerca al
poeta, de comprobar su aspecto de anciano eminente, de entender el
halo de sabiduría que se desprende naturalmente de su imagen.
Estreché su mano, me firmó una antología que, sería más de un
año después, mi primer contacto con su obra. Su poesía es una
demostración de lo artificiales que resultan los cercos entre
géneros y disciplinas. Lo que hizo Galeano en “Las venas abiertas
de América Latina”, lo hace Cardenal con sus poemas. Si el
uruguayo es capaz de analizar políticamente las relaciones de
desigualdad en el continente americano con un lenguaje literario,
Cardenal es capaz de construir un discurso poético desgarrado que
denuncia estas mismas relaciones de desigualdad con un rigor de
analista político. Su poesía es, además, desde un punto de vista
exclusivamente personal, una invitación al autorreproche, a
cuestionarme qué demonios hacía yo perdiendo tantísimo tiempo con
la televisión y la Megadrive, por aquellos finales de los
años 90. Como me ha ocurrido con tantos otros libros, he sentido al
leer a Cardenal la convicción de que habría disfrutado muchísimo
más de sus poemas si hubiera llegado a ellos antes, un poco más
joven y este tipo de pensamientos, como ya sabéis, inducen demasiado
a la melancolía. No quisiera terminar sin hacer una referencia a los
poemas de temática amorosa que aparecen al comienzo de la antología
de Valparaíso (libro que toma como excusa esta columna). En mi
experiencia como lector, siempre me ha llamado la atención la
estrecha relación que existe entre la habilidad para escribir poemas
de corte reivindicativo y político y la sensibilidad para crear una
buena poesía amorosa, relación que puede constatarse especialmente
en el caso de los poetas latinoamericanos de la segunda mitad del
siglo XX. Me imagino que no es nada original lo que estoy planteando,
pero creo que es una tesis sobre la que se puede argumentar mucho y
con la que se puede emborronar mucho papel. Prometo no hacerlo.
Simplemente, la dejo esbozada como línea final de reflexión.