La poesía es siempre un
hecho estético. Supone la traducción de una luz, una impresión,
una intuición, al mismo lenguaje que nos sirve de comercio
cotidiano. Esto hace que la poesía sea también un acto
comunicativo. La traducción, como es sabido, siempre supone una
pérdida. Por ello, el uso de la etiqueta “poesía pura” para
identificar un determinado tono o estilo siempre me pareció un abuso
del adjetivo. Otra consecuencia evidente, por otra parte, es que la
poesía no puede pretender la objetividad de una fotografía,
ni puede aspirar a ser una crónica en un sentido estricto. Toda
poesía, como toda literatura, implica siempre una reconstrucción,
una interpretación de lo que llamamos realidad.
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