martes, 5 de julio de 2016

Dos libros de Javier Sánchez Menéndez

Con motivo de la presentación en la Feria del Libro Huelva, de sus libros Confuso laberinto (Renacimiento) y El libro de los indolentes (Plaza y Valdés Editores), Javier Sánchez Menéndez me pidió que dijera unas palabras a modo de introducción del acto. Retomando unas cuantas notas y añadiendo algunas impresiones que surgieron de escuchar a Javier, he redactado esta entrada para el blog. Espero haber sabido rescatar, al menos, una parte de la hondura del pensamiento que está recogido en ambas obras:

Es una suerte que te inviten a presentar el libro de un amigo. Y afirmo esto porque, normalmente, en una conversación informal entre amigos está excluido el elogio y, ante el más mínimo asomo del mismo, el elogiado siempre trata de interrumpir o desviar el curso que toman las palabras del elogiador. Sin embargo, en una presentación, no le queda otro remedio que oírlo y, por ello, quiero empezar manifestando que Javier Sánchez Menéndez es un escritor de una lucidez que está al alcance de muy pocos, así como un modelo de ética tanto en lo creativo como en lo profesional (que abarca, entre otras cosas, su encomiable faceta de editor). Y esta actitud de frenar el elogio revela que sus libros están escritos desde la coherencia, desde una verdad propia que salpica muchas de sus páginas y de la que podemos encontrar una clara muestra en el fragmento número 30 de “El encuentro en Camarinal” (la primera parte de El libro de los indolentes): “El mérito del poeta radica en la humildad.”

El libro de los indolentes está formado por fragmentos, aunque, tal vez, convendría llamarlos trechos, a la manera de Pessoa. Yendo un poco más lejos, no sería descabellado afirmar que existen claros paralelismos, coincidencias, entre la estructura del libro que nos ocupa y la del Libro del desasosiego. A medida que la lectura nos permite ir desvelando alguna de sus claves, hay algo invisible, inexplicable, en El libro de los indolentes que nos lleva de forma irremediable a recordar la obra de Pessoa. No estamos, desde luego, ante la canción del verano y escribo esto desde mi más profundo desprecio hacia ciertas formas de la cultura de masas, así como desde mi respeto absoluto hacia ciertas formas de escritura. Estamos ante un libro que no reparte estribillos y eslóganes fáciles que podamos reproducir ante cualquier circunstancia y que acaban por quemarse con gran facilidad. Es, precisamente, lo opuesto lo que encontramos al sumergirnos en su lectura: un libro que requiere un compromiso inelectual del lector, un esfuerzo que nos lleve a entender que: “También vivir precisa de epitafio.” O, sencillamente, un carácter activo que nos ayude a descubrir que: “Donde empiezan los actos acaban los pronombres.” En muchos de sus fragmentos, la voz que construye el discurso nos hace pensar en la labor de un cartógrafo que delimita las fronteras de la auténtica poesía y denuncia el comportamiento de los no poetas, de los siniestros, de todos aquellos que “tratan de apoderarse de la belleza marchitándola.” Cargado de un profundo simbolismo numeral, se trata de un libro que, a mi entender, ofrece vías para la reflexión sobre el proceso de escritura. Los fragmentos que lo componen están plagados de referencias en este sentido, como cuando se afirma que: “La poesía es el camino que nunca finaliza”. En la mísma línea y más centrado en los productos, en los hechos concretos, se nos dice: “Un poema auténtico está cargado de interrogaciones, de manchas de tinta.”

Confuso laberinto forma parte de Fábula, un conjunto de diez libros que tratan sobre la relación entre la vida y la poesía. Según el propio autor, es un manual sobre la contemplación, en el que se nos invita a observar las realidades, los paisajes que atravesamos cada día, como si estuviéramos viéndolos a camara lenta. La intención no se esconde. CONFUSO AL FIN Y AL CABO comienza con la siguiente declaración: “He aprendido a observar aquello que no se puede ver.” Los textos que conforman el libro se acercan al poema en prosa y giran alrededor de varios ejes. En SIN SER YO MISMO, el que abre el libro, se aborda el tema del doppelgänger como un hecho: “La vida es un portal donde todos los seres disponen de sus dobles”. La posibilidad del diálogo con los muertos, con aquellos que forman parte de nuestro pasado, está muy presente en muchos textos como EL ALMUERZO CON BARRIE, EL SENTIDO DE LA TRADICIÓN (GRETE GULBRANSSON) o EL BASTÓN DE MADERA, entre otros. Hay, sin embargo, un fragmento que me parece especialmente significativo de esta tendencia en LA IMAGEN ESPANTOSA:

“Ya hacía años que había fallecido cuando la encontré en el autobús. Sin miedo que escandalice levantó la cabeza y respondió a mis preguntas.
Juana estaba en el laberinto y en él permaneció. Al igual que mi padre, JRJ, Barrie, Meredith o Francisco Imperial. Algunos otros aparecieron como espectros.”

Confuso laberinto es también la constatación de una inacabable capacidad de asombro ante la naturaleza. Así, en REVUELO, se nos hace conscientes de la actividad de un pájaro: “El pájaro persiste, lo intenta, no se cansa.” Las nubes son también una fuente de estímulo y consuelo, como puede deducirse en BELCEBÚ: “¿Alguien ha visto alguna vez una nube con forma de poema? Una nube bellísima. Aparece en la tarde.” Parece, en definitiva, que la escritura de Javier Sánchez Menéndez quisiera aprehender la naturaleza en algún verso (en NEVILLE escribe “Cuando veo una hormiga que está dentro de casa, tomo el cuaderno negro, el de las tapas duras, e intento que el verso ahonde el propio reflejo”) o, al menos, extraer de ella alguna enseñanza, algún ineludible aprendizaje (POEMAS EN LA TARDE es, en este sentido, un texto revelador: “Hay poemas que no se acaban nunca. Otros nunca serán poemas”).

Bien es sabido, por otro lado, que cada lector encuentra lo que quiere, lo que anda buscando de forma implícita o explícita. Y yo, que no pretendo escapar del filtro de mi atención selectiva, he visto en Confuso laberinto un libro muy encaminado también al análisis del proceso de creación poética. Sus páginas están tan repletas de sentencias irreprochables que se podría construir un programa de vida haciendo un collage de distintos textos. Empiezo por el final: en el EPÍLOGO, podemos leer: “Seguir, seguir haciendo algo. No parar, pasear, leer, escribir, amar a la poesía.” La confesión que encontramos en REGISTRO da una idea muy clara del posicionamiento vital del poeta: “En la poesía encuentro el universo entero y todo el proceso de la creación.” Pero la poesía tiene sus exigencias: soledad, lectura, silencio. Así, en GORGIAS, Javier Sánchez Menéndez escribe: “Los libros no se leen, se desmenuzan. Y eso es cuestión de tiempo.” Y en NICANORIAS: “En el silencio la voz se funde en las estrellas.” La labor del poeta está la búsqueda de la búsqueda de sus inclinaciones, así como en el rescate de los matices a través de la contemplación y el pensamiento. “Cada una de las elecciones que permite la vida es una inclinación” apunta en COMO TODAS LAS COSAS DE LA VIDA. Más claro es, según mi parecer, INCLINACIONES un texto del que puede desprenderse toda una teoría de la literatura. En él, se define la identidad del poeta en relación a las tareas que debería imponerse: “La identidad del poeta pasa por sus inclinaciones, repletas de matices.” Y, más adelante, casi en final, encontramos otro concepto nuclear: “Las calles están repletas de desvíos. Y un desvío es confusión.” Porque, después de todo, es decisivo huir de los desvíos, de todo aquello que lleva a la vida y a la poesía muy lejos del centro que el poeta debe buscar.


Me dispongo a acabar y siento ahora la necesidad de volver brevemente al comienzo, de volver a afirmar la coherencia y el trabajo honesto que caracterizan a Javier Sánchez Menéndez, extremos que no necesito justificar ya que están demostrados en libros como estos y en los muchos que, afortunadamente están por venir. En OTRA PUERTA DE ENTRADA, otro de los textos de Confuso laberinto, se establece que: “La verdad del poeta se encuentra en su trabajo.” Nada que añadir.

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